Fue denominada desde entonces, y cada una de las de su género,"rosa de pasión".
Sara, judía toledana, se cuenta que era hermosísima. Sus dieciséis
años, su extraordinaria belleza y ser huérfana de madre, hacían que su
padre extremase su cuidado y vigilancia.
Daniel se llamaba el padre. Era artesano engastador de piedras
preciosas, arreglador de guarniciones rotas, componedor de cadenas y, en
ocasiones, reparador de fayebas, aldabones y un sinfín de útiles, que a
fuerza de oficio gozaba del gran favor de vecinos y traficantes,
conocedores de su gran habilidad. Influyente en la sociedad local
hebrea, a la que pertenecía, entre ellos era muy considerado y
respetado; no así por los moradores cristianos de su entorno, que le
calificaban de avaro y siniestro, no obstante saberle rico y observarle
ceremonioso y sumiso.
Versiones tradicionales llevan la época a períodos correspondientes al
siglo XIII o XIV; la leyenda encuadra el domicilio de Daniel y Sara en
la Judería Menor, de Toledo, barrio un tanto heterogéneo, pues a él se
añadían la parroquia mozárabe de Santa Justa, sus feligreses y también
francos y mudéjares. Taller de artesano y vivienda encima, se
comunicaban por estrecha escalera de caracol; el titular realizaba sus
labores en lóbrego bajo de la casa, avistado su interior por cuantas
personas transitaban por la calle, a pesar de la trampilla separadora en
horas de luz.
La muchacha padecía vida de reclusión casi continua. Sólo le eran a Sara
permitidas excepcionales salidas por necesidades de compras, y ello sin
alejarse mucho porque, entre otras razones, tenía a mano numerosos
tabucos donde podía adquirir sus objetos deseados cuales cintas,
puntillas, agujas, peines y variada especiería; otras veces, sus
ausencias obedecían a cumplir determinados encargos del padre.
Con ocasión de estos menesteres, Sara conoció a un joven cristiano,
apuesto, honrado y noble de intenciones. Ambos jóvenes llegaron a
enamorarse apasionadamente, transcurridos ansiados y espaciados
encuentros. El joven empezó a merodear la casa donde vivía la muchacha,
la que dentro de su acostumbrado retiro y a través de mínimos huecos de
discreta ventana, se daba cita con él para una próxima entrevista.
Judíos que aspiraban a concertar matrimonio con Sara, informaron al
padre de la hebrea de las ocultas relaciones mantenida por ésta con el
cristiano. De momento, el artesano se resistía a creerlo, pero
insistentes murmuraciones que alcanzaron sus oídos y la comprobación que
le daba ver a un indeseado frecuentador de su acera elevando la mirada a
la ventana del hogar, le convenció de la certeza de cuanto le venían
contando.
Fuertemente irritado, se dispuso a impedir tan oprobiosa pretensión de
pertinaz deambulador. Transcurrían años en que se acusaba extrema
intolerancia entre religiones irreconciliables. El hebreo reunió a sus
correligionarios y se confabuló con ellos para proceder a la
desaparición criminal del osado amador.
En noche de Viernes Santo, inusitado movimiento se produjo a través del
río. Cruzando en barco, hubo trasiego de orilla a orilla de hombres
velados sus rostros partiendo desde el arenal del Pasaje hasta los
límites de las laderas que bajan desde la Peña del Rey Moro. Ascendiendo
por ellas en zig-zag, los desconocidos giraron después hacia la
izquierda hasta arribar a una explanada, bien identificada al llegar a
su fin, por saber que en su pequeña llanura aún se conservaban muestras
de un antiguo templo romano. Los noctámbulos caminadores no eran otros
que los compañeros, y él mismo, del desasosegado e intransigente judío
dispuesto a salvar su honor y el de su raza.
Por algunos indicios, tuvo Sara la sospecha de la trama urdida.
Rápidamente corrió para conjurar la inicua intención, y angustiada
siguió los pasos de los perversos vengadores. Tomó los servicios del
mismo barquero que haría conducido las anteriores travesías, y de él
obtuvo informaciones complementarias por palabras a su vez cogidas al
vuelo de los primeros transportados. Subiendo el camino por la parte
opuesta a la del embarque, encontró a tiempo a su pretendiente, quien,
engañado con trabajos ardiles, marchaba al sitio de cita de ignorado
martirio y muerte, de lo que se libró gracia a la valerosa disposición
de la joven enamorada.
Está continuó al lugar preparado a fin de increpar a su padre por su
indigna y reprobable conducta. El viejo Daniel -aspecto de viejo tenia
desde bastante tiempo atrás- inesperadamente vio allí a la que de
inmediato se le encargó agria y amenazadora. Él, fuera de sí, la
respondió con no menor violencia. Más ella, manifiestamente abominó de
su padre y de la fe de los reunidos, confesando, además, que había
abrazado la de los cristianos.
Tras nuevas imprecaciones y exhortos para que la conversa se retractara
de lo declarado, negado esto el progenitor la retiró el nombre de hija y
la entregó a sus amigos para que en ella se consumara el sacrificio que
inútilmente estaba preparado para el novio cristiano. Lleno de ira el
judío Daniel, cogió y tiró de la cabellera de su hija Sara para
ofrecerla en holocausto.
El irreductible artesano estaba altamente exaltado; demoníacos, se
complació del desamparo de Sara, y pidió a los verdugos obedientes al
Talmud que obrasen con ella lo que siglos antes los antepasados hicieron
con Jesús nazareno. Fue crucificada cubierta cabeza con corona de
espinas, y, para mayor crueldad, quemada agonizante sobre fogata
encendida a sus pies.
Pasados los años, un pastor encontró en el punto del sacrificio una
extraña flor, inscritos en sus pétalos los signos del llevado a cabo en
Jesucristo. La flor, una rara rosa, fue presentada al Arzobispo regidor
de la Archidiócesis, y éste mandó excavar el terreno donde se extrajo, a
fin de descubrir el misterio de la planta aparecida. Ahondando,
hallaron unos restos, estimados sin discusión pertenecientes a la
yacente Sara.
Dieron traslado a los huesos de la hebrea conversa al hoy
desaparecido santuario de San Pedro el Verde, sagrado recinto del nuevo
enterramiento.
Significado
Las rosas rojas es amor y respeto. Ninguna flor ha
sabido tocar tan profundamente tantos corazones. La rosa roja tiene
encanto... ¡¡es una flor majestuosa!! Posee un costado sensual
exquisito, que ninguna otra rosa posee. Evoca un sentimiento
romántico...pensamientos de pasión... trasmite el significado del
amor... una excitación romántica de amor... Añadiendo a las rosas
rojas, rosas blancas en el mismo ramo, el mensaje es aún más claro: se
hace una invitación a un amor carnal.
Como hemos leído anteriormente, las rosas rojas son
el símbolo del amor y de la pasión. Pero también se pueden enviar a un
amigo para trasmitir respeto